Ayudo a mi hijo

Un cuento de Frigyes Karinthy

POR Frigyes Karinthy

Enero 27 2021

Ilustración de Tom Deason

 

-Si en nueve estufas, durante cinco días y medio, se queman doce metros cúbicos de madera de haya, cuántos días se necesitan para quemar nueve metros cúbicos de madera de haya en doce estufas... Si en nueve estufas...

Estoy sentado ante mi escritorio, leo un artículo. No logro concentrarme. Desde la habitación de al lado escucho esta frase por trigésima quinta vez. Diablos, ¿qué le pasa con esa madera de haya? Debo ir. 

Gabi, inclinado sobre la mesa, mastica su lapicero. Finjo que he venido por otra razón; busco algo en la biblioteca, con cara de preocupación. Gabi me lanza un vistazo de reojo, yo frunzo el ceño y, mirando a otra parte, actúo como si no lo hubiera notado: siento que eso es justamente lo que él piensa. Mientras tanto, me repito compulsivamente: “Si nueve maderos de haya... doce metros cúbicos... en cuántas estufas...”. Maldición, ¿cómo era?

Paso distraídamente me detengo, delante de él, como si acabara de notarlo ahí. 

–Entonces, pequeño, ¿haciendo tareas?

Los labios de Gabi se retuercen de amargura. 

–Papá...

–¿Qué pasa?

–No entiendo esta cosa. 

–¿“No entiendo”?... ¡Gabi! ¡Cómo puedes decir algo así! ¿No les explicaron en la escuela?

–Claro, solo que...

Carraspeo y con un tono abrupto, agresivo:

–¿Qué es lo que no entiendes? 

De repente, locuaz, Gabi se suelta como alguien a quien le han quitado de encima un pesado fardo.

–Escucha, papá, si en nueve estufas uno quema durante cinco días y medio doce metros cúbicos de madera de haya...

Yo, en cólera:

–¡Carajo! ¡No hables tan rápido!... ¡No lo dejas a uno pensar! Empieza de nuevo y repite desde el principio, calmada y sosegadamente, ¡entonces lo entenderás! Bien, hazme un poco de espacio.

Feliz y ágil, Gabi se desliza a un lado. Cree que no sé que me acaba de cargar alegremente el problema. Él no se imagina –no podría saberlo– esa otra escena, la misma de ahora pero hace veintipico de años, cuando era yo el que se deslizaba a un lado, feliz y aliviado, y mi papá se sentaba cerca de mí con ese mismo aire importante y con el ceño fruncido, como hoy lo hago yo. Y lo más terrible –me di cuenta en ese mismo instante– es que ese día ¡se trataba del mismo problema! Sin duda... ¡la madera de haya y las estufas! ¡Dios mío! En ese entonces yo prácticamente lo había entendido... ¡Pero lo olvidé!

Una vida de veintipico de años se consume en tan solo una fracción de segundo. ¿Cómo se hacía esto?

–Presta atención, Gabi –digo con paciencia–, uno no piensa con la boca sino con la cabeza. ¿Qué es lo que no comprendes? Es simple, tan claro como el agua. Un estudiante de primero de primaria lo entendería si estuviera atento tan solo un minuto. Mira, hijo mío, aquí nos dicen que en nueve estufas se quema tanta madera de haya durante cinco días y medio. Bien, ¿qué es lo que no entiendes de eso?

–Eso lo entiendo, papá. Lo que no sé es si la primera proporcionalidad es inversa y la segunda directa, o si es la primera la que es directa y la segunda inversa, o las dos son directas o las dos son inversas. 

Mi cuero cabelludo se va helando lentamente hasta alcanzar las raíces. ¿Qué es lo que balbucea este niño sobre proporcionalidades? ¿Qué pueden ser esas malditas proporcionalidades? ¿Cómo podría uno entender esto de inmediato? 

Lo regaño sin piedad:

–¡Gabi, sigues hablando muy rápido! ¿Cómo vas a entender de esa manera? Con la boca uno no puede... Qué quiere decir proporcionalidad inversa y directa, y directa e inversa, ¡santo Dios! ¿Por qué mejor no hablamos de un contrabajista trepando paredes?

Gabi se ríe. Yo grito: 

–¡No te rías! Tengo que educarte, trabajo duro por ti, ¿y este es el resultado? ¡No estás poniendo atención en la escuela! Quizá ni siquiera lo sabes... No lo sabes... –lo miro fijamente, desconcertado, preso de una terrible sospecha–. Quizá no tienes ni la menor idea de qué es proporcionalidad. 

–Claro que sí, papá. La proporcionalidad... la proporcionalidad... la proporcionalidad es una relación... en la que el coeficiente de los elementos internos... o, mejor dicho, el producto de los elementos externos... 

Aplaudo horrorizado

–¡Justo lo que dije! ¡Un niño de once años que no sabe qué es la proporcionalidad! 

Los labios de Gabi se retuercen de nuevo, está listo para reventar en llanto:

–¿Y qué es?

–¿Qué? ¡Espera un poco, sinvergüenza! Inmediatamente vas a buscar en tu libro y me lees treinta veces la definición. O si no... 

Asustado, Gabi pasa las páginas, luego recita: 

–“Una proporcionalidad es una expresión en la cual los dos elementos internos se relacionan con otros dos elementos tal y como...”. Sí, papá, ¿pero aquí cuáles son los dos elementos internos?, ¿el volumen de madera de haya y el número de días, o más bien el número de estufas y el volumen de madera de haya? 

–¡Vas muy rápido de nuevo! Pásame el libro. 

Y yo lo agarro con una seriedad aterradora: 

–Escucha, Gabi, no seas tan idiota. Está claro como el agua. Mira, es simple. Toma. ¡Escucha bien! Nos dicen, ya sabes, que en nueve estufas en tantos días, tanta y tanta madera de haya. Así que si tanta y tanta madera de haya en nueve días, entonces es seguro, ya sabes, que en doce días no es tanta y tanta sino...

–Sí, papá, hasta ahí yo también lo entiendo, pero la proporcionalidad...

Soy presa de la cólera.

–No hables mientras hablo... yo... nunca entenderás así. Escúchame. Si en nueve días tanta y tanta, entonces en doce días, decimos, probablemente tanta y tanta de más. En cambio, perdón, tal vez no es más, porque no son nueve estufas sino doce, lo que quiere decir que tanta de esa menos, o más bien, tanta de esa más, es como si fuera la misma cantidad menos que la que hay de más... En ese caso, pues, la proporcionalidad... la proporcionalidad...

De repente, mi mente se ilumina. He sido fulminado por la Gran Revelación, incubé en mí su ausencia, que me oscurecía desde hace veintipico de años, pero no más, ¡por fin lo entendí! No cabía duda –así que... allí... por supuesto–, es cierto, es evidente, mi padre, ya en aquel entonces, ¡no entendía este problema! 

Vuelco sobre Gabi una mirada de reojo. En ese momento, él, como quien no quiere la cosa, abre su libro de historia y deleita su mirada con una imagen vieja, la escena en la que Pál Kinizsi hace negocios con dos turcos. 

Le doy un golpazo en la cabeza, que hace “clac”. 

–¡Toma! ¡No soy lo suficientemente estúpido para desgastarme contigo si tú ni siquiera escuchas!

Gabi aúlla como sus dos turcos al unísono. 

Y yo me retiro aliviado. A través de la neblina del pasado una mirada se dibuja frente a mí: la de mi padre que, alegre y tranquilo, me da un golpazo en la cabeza como diciendo: “¡Ya fue suficiente, pásale el problema a tu hijo!”. Y luego silbando, con las manos en los bolsillos, felizmente, emprende el camino a su tumba, donde nadie le pregunta cuántos días tardan en consumirse nueve metros cúbicos de madera de haya o setenta años de vida. 

 

ACERCA DEL AUTOR


Frigyes Karinthy

Autor de libros de narrativa, poesía y teatro. En "Láncszemek" ("Cadenas") propuso el concepto de los seis grados de separación. Su libro “Viaje en torno de mi cráneo”, un testimonio sobre su padecimiento de un tumor cerebral, es una obra de culto que rebosa sentido del humor al tratar un delicado tema de salud que llevó a su autor al umbral de la muerte.